martes, 7 de junio de 2011

EL SEÑOR FERNANDEZ

EL SEÑOR FERNANDEZ

- Señor Fernández, me detalla en qué gastos nos excedimos, por favor.
- Sí señor, acá están.
Un minuto antes en su oficina privada, el señor Rusch ordena que se active el aire acondicionado. Sale al pasillo. Enfrente la puerta de la oficina de Fernández. Rusch cambia el gesto de bien estar por el de relaciones con un hombre común. Nada más que un empleado. Su empleado.
- En aire señor Ruchs.
- Rusch, Rusch, Rusch.
- Si señor Ruchs.
-¿Excedidos en aire?
-Sí.
-¿A cuánto cotiza el aire?
-Treinta y cinco centavos el metro cúbico señor, informe de la compañía privada de aire público.
-¡Aumentó el aire!
-Sí.
-¡Y nosotros no podemos hacer un retoque al precio de la nafta!
-No.
-¿En cuánto nos excedimos?
-En un metro con treinta y tres centímetros... cúbicos.
-También mi querido Fernández ¡está con la ventana abierta!
-Disculpe usted pero... están haciendo treinta y ocho grados pasado el medio día... y me prohibieron el ventilador para ahorrar electricidad.
-Está bien, está bien, para trabajar cómodo hace falta ciertas... comodidades, no se puede asfixiar, pero hoy mismo haremos unos ajustes.
-Bien señor.
Rusch está de pie porque rechaza usar esas dos sillas de madera oscura, sin tapizar. Sillas con el lustre tan descascarado como la pintura de la habitación. Además, porque en una de las dos sillas está sentado Fernández, detrás del escritorio. Y en la otra, una pila de carpetas hace equilibrio. Sin embargo, la silla que desprecia Rusch, a Fernández le calza justo la curvatura del respaldo en la espalda. Dice que en esa silla, no le duele tanto la columna.
-Antes de irse Fernández, corra el tabique hasta acá.
Rusch marca con la punta de un zapato brillante un punto imaginario. Ese punto achica el ambiente a un metro ochenta. Ampliando el depósito que está detrás. En el depósito se guarda el archivo completo del personal de las tres empresas petroleras, gerenciadas por Green Rusch.
-Están por llegar las placas de Fibro Fácil que ordené trajeran hoy sin falta. Una la pondrá detrás de su silla.
-¿Tapo la ventana...? señor...
-Lo siento Fernández, pero los empleados estamos al servicio de la empresa y no al revés, y la empresa hoy exige que hagamos un pequeño sacrificio, después de todo si la empresa quiebra ¿dónde vamos nosotros?
-Es cierto señor, y... con ese panel atrás ¿dónde pongo el escritorio?
-¡Es demasiado grande! ¿Cuántas hojas tipea a la vez?
-Una.
-¿Ve?, hice comprar este escritorio de cuarenta por ochenta con tres cajones, o cree que no pienso en usted, vaya acomodando que enseguida vuelvo Fernández.
Con la transpiración Fernández moja la placa al acomodarla. Y las chorreadas de sudor de Rusch lo hacen salir de la oficina de Fernández. Rusch necesita aire fresco. Necesita el sillón mullido de su oficina. Necesita un taburete para levantar los pies y un sorbo de Vodka on the rock. Desde el vigésimo piso mira el Río de La Plata, con la vista en otro lado. Se asoma a la puerta balcón y le parece ver el Uruguay. Fernández no sabe bien lo que ve, porque el sudor le nubla la vista.
-Qué suerte que volvió señor Ruchs, puse la placa tapando la ventana, pero hay dos de más.
-Escritorio chico, oficina grande, o pretende una T. V. con video para ver películas porno, señor Fernández!
-¡No!, no...
-Y gana un metro para los archivos que se están ahogando, no se olvide que la empresa está haciendo un recambio de personal.
-¿Dónde...?
-En todas las plantas.
-No… me refiero a... ¿dónde ahorro ese metro?
-A su derecha, al costado del escritorio, ¿o usa ese espacio para algo que yo desconozco?
-¡No, no!
Fernández lo niega pero por ese costado de la derecha pasa cada mañana hacia su silla marrón, porque el escritorio está contra la pared izquierda.
-¿Así?
-¡Perfecto!
-Y... ¿por dónde...
-Salta Fernández, necesita un poco de ejercicio ¡Mire qué panza!, ya cruzó la barrera de los cincuenta ¿no?
-Cincuenta y siete señor.
-Todavía un pibe ¡y vive sentado!
-Pero... con la máquina de escribir...
La temperatura aumenta y la boca reseca de Fernández mastica el aserrín que vuela de las placas.
-Fernández, se ahoga en un vaso de agua.
-¡¡Un vaso de agua por favor!!
-Ya es hora de salida, afuera beba todo lo que quiera, pero terminemos con esto por favor ¡mire la hora! tendría que estar en el sauna, por su culpa me demoré, Fernández.
-Disculpe, no fue mi intención... ¿y... con la máquina?
-Se lo acabo de decir, tiene que hacer ejercicio, escuche: usted entra, baja la máquina delante de sus pies, salta el escritorio, se acuesta boca abajo sobre el escritorio, con la cabeza para adelante... ¿nunca se pesó la cabeza?
-¡Nunca , se lo juro!
-Bien, tenga cuidado porque se va a balancear, haga de cuenta que está nadando afuera del agua, manteniendo el equilibrio sube la Rémington.
Fernández tipéa las planillas con los datos del personal desde hace quince años, después que un virus dañara el sistema de las computadoras. La empresa por precaución los copia en C.D. y le pasa los informes a Fernández para que los tipée en una Rémington 62.
-¡Sí!, señor...
-¿Miró el techo?
-No ¿por?
-¿Qué alto tiene?
-Un metro sesenta y seis.
-Usted no, el techo.
-Y... tendrá...
-Mide exactamente dos metros setenta, ¿usted cuánto mide?
-Ya se lo dije, uno sesenta y seis.
-Espacio inútil, igual gasto innecesario, ¡ecuación perfecta!
-No entiendo...
-La tercera placa es su nuevo cielo raso, ¡ve como pienso en usted!, la coloca horizontal sobre las que acaba de poner, a un metro setenta del piso; yo no entro pero a usted Fernández, le sobran cuatros centímetros.
-¿Así?
-¡Perfecto! A ver a ver, no se siente... ¿qué le dije hace un rato?
-¿Ecuación perfecta...?
-Parecido, usted de las siete de la mañana a las cinco de la tarde está sentado ¿no?
-Sí.
Rusch, en un acto de caridad toma a Fernández de los hombros. Aunque en realidad lo que quiere tomar es aire fresco.
-Enderece esa espalda Fernández, se lo ve como a un loro, balanceándose ¿no le aprietan los zapatos?
-No.
-¡Cuánto calza?
-Cuarenta.
-Pie chico.
-Acorde a la estatura.
-Pero parece un loro con esos deditos agarrados de... ¡De ahÍ! y encorvado, derecho Fernández ¿Se da cuenta que derecho ocupa menos lugar?
-Así ¿le parece?
-Ahí va mejor ¿ve?
-Pero me duele la espalda.
-¡Una aspirina todas las mañanas! no se olvide que ya no somos pibes y si vuelve el dolor, otra con el almuerzo.
-No salgo a almorzar.
-Pero... algo debe comer, esa pancita no es de un embarazo.
-Como un sangüiche con una coca, acá en la oficina, para no perder tiempo.
-Bien, no perdamos tiempo en pavadas, sabe que me da la impresión de que se le cae la cabeza ¿está seguro que nunca se la pesó?
-¡No!.. ni se me pasó por la cabeza.
-Mejor así Fernández, mejor así, de lo contrario hubiese tenido que despedirlo, por insalubridad mental, reglas de la empresa: Artículo 2.579.- apartado W: “Todo empleado que se pese la cabeza quedará inmediatamente cesanteado”
Fernández se sostiene la cabeza con las manos. Rusch con el dorso de tres dedos se sacude un polvillo de Fibro Fácil que le cayó sobre la solapa del saco azul que, según su gusto, hace juego con el pantalón blanco. Y clava una mirada desmoralizadora en el traje que lo enfrenta; ese traje marrón gastado, cuello grasoso y coderas escocesas.
-¡Ve! De pie ocupa menos espacio.
-Pero el escritorio es petiso.
-¡En absoluto!, para qué tenemos el don de pensar, lo tumba de costado con las patas a su izquierda y tiene una base de cuarenta por sesenta.
-Con los cajones abajo, de canto...
-Abre los cajones de costado, le hará bien hacer algunas flexiones al día.
-Y... ¿las sillas?
Fernández subió una silla al escritorio y la otra hace equilibrio en su propia cabeza.
-¡Fernández! el mes que viene lo promuevo para un ascenso, usted es una máquina de pensar, si trabaja de pie las sillas están de más, ¿quiere mi pañuelo para secarse? aunque mejor no, está empapado de transpiración... disculpe.
-Yo tengo mojado hasta los calzoncillos.
-Sigamos que pierdo el turno del sauna. ¡Arriba ese ánimo Fernández!, piense que en una hora y media de colectivo estará despatarrado en la Pelopincho de su casa y yo en mi Jacuzzi... ¿Fernández?
-Si señor...
-Mañana se trae un serrucho y le corta esas patitas ridículas al escritorio, de costado están de más.
-No están de más, ahí cuelgo el saco y apoyo la resma.
La voz reseca de Fernández no sujetan las ganas de tomar agua fría y de llegar a su casa.
-Dos ganchos Fernández, pone dos clavitos en la pared de la derecha, inserta estos dos ganchos, ¡tome los ganchos!
-Gracias.
-Y cuelga lo que quiere al alcance de sus manos.
-No se me había ocurrido...
-¡¡¡Marchen tres tabiques más para la oficina del señor Fernández!!!


Hugo 06