sábado, 12 de julio de 2014

martes, 7 de junio de 2011

NADIE ME DEJA HABLAR

¡No se imagina doctor lo que fue haber tenido la obligación de hacerme cargo de todos ellos y que ninguno la dejara hablar a una!, primero mi cuñado Leo que se me venía a tirarse lances cuando Oscar, mi difunto esposo, estaba en el trabajo, ahí es cuando empecé a ir al taller, para que ese Leo no me moleste más, yo le cebaba mate al Oscar y él me enseñarme la mecánica, ¡justo a mí de mecánica!, porque ese Leo, hasta los treinta y dos años vivió con su madre y creyó que por pasarle algo del sueldo a la vieja, que no era poco lo que le pasaba porque ganaba muy bien en la compañía de seguros, estaba seguro que con esa plata su madre era feliz y la pobre vieja se dedicó a atenderlo como lo había hecho antes con su difunto esposo, sin ver un médico en su vida, me refiero a su difunto esposo, por eso empeoró de los riñones y no se cuidó la diabetes, le avanzó la artrosis, me refiero a la pobre vieja y no sé por qué se le hinchaban las piernas que parecían dos patas de elefante al punto de tener que arrastrarlas y siempre cocinando y lavando y limpiando sin ver a un médico hasta que empecé a visitar al Oscar en su casa y de a poco la convencí de que vaya al mi médico, que yo sin tener nada más que lo que cualquiera tiene y que por precaución una se hace un chequeo para estar tranquila, que se yo, una gripe, sinusitis, hasta que me agarró esa descompensación de no se qué de la psiquis y me internaron, ¡pero dos o tres semanas no más, no vaya a creer!, como para que los médicos controlen mi psiquis periódicamente más que por la gravedad en sí, si ni siquiera me llevaron a terapia intensiva, pero fue un error el haberme internado porque al salir del hospital es cuando empecé a estar más nerviosa, y con lo del accidente donde el que murió fue mi esposo y Leo perdió las piernas nomás, a ese Leo se le vino el mundo encima ¡claro, al señorito se le terminó la joda!, chau al café con los amigos, a los clubes nocturnos, ni siquiera lo ayudaba al Oscar con el auto que era su metejón, el de Oscar, cuando terminaba el trabajo del taller el Oscar le decía a Raúl, Raúl es el dueño del taller y lo quiere como a un hijo al Oscar... mejor dicho lo quería, le preguntaba el Oscar si podía quedarse a terminar el auto, lo quería a punto para la carrera de TC y cuando le hacía un arreglo en el carburador o el diferencial nos llevaba a probarlo, fue con Leo el día del accidente en el autódromo porque yo iba a lo de mi amiga Lucy y ahí por suerte se terminó lo del acoso de Leo que, disculpe usted que una parezca mala, pero justo se mata Oscar en el accidente y Leo pierde las piernas y se quedó en el molde pero tuve que alojarlo a él y a su madre, o sea a mi suegra, en mi casa, que la pobre ya venía mal desde hacía rato y la muerte del Oscar terminó por desequilibrarla del todo a la pobre vieja, aunque no era tan vieja, parecía mayor y de yapa sus últimos días los pasó en silla de ruedas y como usted ya sabe doctor, la manzana podrida es la que pudre el árbol, algo así de la manzana lo dice muy bien Bioy Casares en un libro que leí y yo preferí, pese al dolor de todos, extirpar la manzana podrida que había en casa y como dice el dicho: el que calla otorga, pero no es lo mismo estar callada a que que no la dejen hablar a una, ¿qué hace una con quienes la atormentan a una y a la vez una se siente en la obligación de cuidar de ellos? ¿cómo puede ser que yo pierda mi vida atendiendo a quienes me dejaron sin mi marido doctor?, con gente que no sabe lo que hay que hacer en mi casa ni puede hacerlo.
Señora, hay momentos en la vida en que uno sucumbe.
Sí doctor pero antes del sucumbio hay que tomar decisiones drásticas ¡y yo las tomé!, la vida es como un río: con remolinos, cascadas y remansos, y una pasa de un sitio a otro sin saber cual será el próximo ni el último, las circunstancias hicieron que mi casa se transformase de un día para otro en un sanatorio en el cual fui médica, enfermera y mucama, me vi obligada a internar en mi casa a gente que yo no elegí para vivir, yo había elegido al Oscar para vivir, no a su familia ¿me entiende doctor? y de un día para el otro me encuentro a entera disposición de ellos todo el tiempo, sin quedarme siquiera unos minutos para tomar mate en el jardín, que dicho sea de paso se llenó de yuyos y se me secaron las plantas por falta de cuidado y todo por atenderlos a ellos, siempre cambiándolos, dándole de comer y constantemente con ese olor ácido amargo en la ropa y en la piel y mire que los rociaba con desodorante de ambiente para que huelan menos repugnantes, pero nada, esa historia duró lo que duró el dinero de la venta de la casa de ellos, porque con el Oscar vivíamos al día, pobre, no me dejó ni un peso, cuando se terminó ese dinero fue cuando me tuve que poner drástica y dejar los sentimientos de lado doctor, yo tenía que buscar trabajo y no los podía dejar a ellos en mi casa doctor.
Señora escúcheme un minuto,
¡Pero doctor déjeme hablar no me interrumpa! al final la única que me escuchaba era la Lucy hasta que le conté lo del accidente.
¡Señora que se me termina la paciencia! usted está acusada de...
¡¡Doctor!! usted también está mal como estaban ellos, yo le recomendaría un siquiatra.
¡Basta señora! que yo no soy médico y usted no está en un sanatorio, esta chaqueta con charreteras le afirma que soy oficial de policía, este edificio es una comisaría, su abogado está por llegar, tenga paciencia y por favor haga silencio.
¡Ve que tengo razón! que nadie me deja hablar.



Otro desenlace:

usted está acusada de triple homicidio premeditado, y…
¡¡Doctor!!, usted también está mal como estaban ellos, yo le diría que vea a un siquiatra.
¡Basta señora! ¡que se me termina la paciencia!, yo no soy doctor, esta chaqueta con charretera le confirma que soy oficial de policía. La noche en que usted iba a visitar a su amiga Luci llamó a un taxi, mientras lo esperaba habló con su esposo y él le dijo que no vaya porque ya cerraba el taller y salía para su casa, entonces usted llama a Luci desde el taxi para avisarle que no va a verla y le dice al chofer que la lleve hasta la calle del taller de Raúl, se baja en la esquina y le dice que la espere unos quince minutos, cruza la calle en diagonal para despistar al taxista y entra sin problema porque usted tiene llave, cambia las pastillas de freno nueva por las viejas que su esposo acababa de sacar y estaban tiradas en un rincón donde amontonaban desechos, pero quizá por el apuro usted se olvidó de esconder las nuevas que dejó en el banco de trabajo manoseadas de grasa; a partir de esas pastillas de freno sin uso y sucias de grasa se despejó la investigación sobre el accidente en el autódromo, usted conoce bastante de mecánica porque frecuentaba el taller, como acaba de contar, y su esposo le explicaba lo que hacía en el auto cada día, por lo cual no podía haber salido a probarlo con pastillas de freno gastadas; cuando se encontró a cargo de su cuñado y su suegra…
¡Pero doctor, ¿qué dice? qué me engañaron como los del hospital!
¡¡Silencio señora!!, su abogado está por llegar, tenga paciencia.
¡Ve!, ve que tengo razón, que nadie me deja hablar.


Hugo 08

EL SEÑOR FERNANDEZ

EL SEÑOR FERNANDEZ

- Señor Fernández, me detalla en qué gastos nos excedimos, por favor.
- Sí señor, acá están.
Un minuto antes en su oficina privada, el señor Rusch ordena que se active el aire acondicionado. Sale al pasillo. Enfrente la puerta de la oficina de Fernández. Rusch cambia el gesto de bien estar por el de relaciones con un hombre común. Nada más que un empleado. Su empleado.
- En aire señor Ruchs.
- Rusch, Rusch, Rusch.
- Si señor Ruchs.
-¿Excedidos en aire?
-Sí.
-¿A cuánto cotiza el aire?
-Treinta y cinco centavos el metro cúbico señor, informe de la compañía privada de aire público.
-¡Aumentó el aire!
-Sí.
-¡Y nosotros no podemos hacer un retoque al precio de la nafta!
-No.
-¿En cuánto nos excedimos?
-En un metro con treinta y tres centímetros... cúbicos.
-También mi querido Fernández ¡está con la ventana abierta!
-Disculpe usted pero... están haciendo treinta y ocho grados pasado el medio día... y me prohibieron el ventilador para ahorrar electricidad.
-Está bien, está bien, para trabajar cómodo hace falta ciertas... comodidades, no se puede asfixiar, pero hoy mismo haremos unos ajustes.
-Bien señor.
Rusch está de pie porque rechaza usar esas dos sillas de madera oscura, sin tapizar. Sillas con el lustre tan descascarado como la pintura de la habitación. Además, porque en una de las dos sillas está sentado Fernández, detrás del escritorio. Y en la otra, una pila de carpetas hace equilibrio. Sin embargo, la silla que desprecia Rusch, a Fernández le calza justo la curvatura del respaldo en la espalda. Dice que en esa silla, no le duele tanto la columna.
-Antes de irse Fernández, corra el tabique hasta acá.
Rusch marca con la punta de un zapato brillante un punto imaginario. Ese punto achica el ambiente a un metro ochenta. Ampliando el depósito que está detrás. En el depósito se guarda el archivo completo del personal de las tres empresas petroleras, gerenciadas por Green Rusch.
-Están por llegar las placas de Fibro Fácil que ordené trajeran hoy sin falta. Una la pondrá detrás de su silla.
-¿Tapo la ventana...? señor...
-Lo siento Fernández, pero los empleados estamos al servicio de la empresa y no al revés, y la empresa hoy exige que hagamos un pequeño sacrificio, después de todo si la empresa quiebra ¿dónde vamos nosotros?
-Es cierto señor, y... con ese panel atrás ¿dónde pongo el escritorio?
-¡Es demasiado grande! ¿Cuántas hojas tipea a la vez?
-Una.
-¿Ve?, hice comprar este escritorio de cuarenta por ochenta con tres cajones, o cree que no pienso en usted, vaya acomodando que enseguida vuelvo Fernández.
Con la transpiración Fernández moja la placa al acomodarla. Y las chorreadas de sudor de Rusch lo hacen salir de la oficina de Fernández. Rusch necesita aire fresco. Necesita el sillón mullido de su oficina. Necesita un taburete para levantar los pies y un sorbo de Vodka on the rock. Desde el vigésimo piso mira el Río de La Plata, con la vista en otro lado. Se asoma a la puerta balcón y le parece ver el Uruguay. Fernández no sabe bien lo que ve, porque el sudor le nubla la vista.
-Qué suerte que volvió señor Ruchs, puse la placa tapando la ventana, pero hay dos de más.
-Escritorio chico, oficina grande, o pretende una T. V. con video para ver películas porno, señor Fernández!
-¡No!, no...
-Y gana un metro para los archivos que se están ahogando, no se olvide que la empresa está haciendo un recambio de personal.
-¿Dónde...?
-En todas las plantas.
-No… me refiero a... ¿dónde ahorro ese metro?
-A su derecha, al costado del escritorio, ¿o usa ese espacio para algo que yo desconozco?
-¡No, no!
Fernández lo niega pero por ese costado de la derecha pasa cada mañana hacia su silla marrón, porque el escritorio está contra la pared izquierda.
-¿Así?
-¡Perfecto!
-Y... ¿por dónde...
-Salta Fernández, necesita un poco de ejercicio ¡Mire qué panza!, ya cruzó la barrera de los cincuenta ¿no?
-Cincuenta y siete señor.
-Todavía un pibe ¡y vive sentado!
-Pero... con la máquina de escribir...
La temperatura aumenta y la boca reseca de Fernández mastica el aserrín que vuela de las placas.
-Fernández, se ahoga en un vaso de agua.
-¡¡Un vaso de agua por favor!!
-Ya es hora de salida, afuera beba todo lo que quiera, pero terminemos con esto por favor ¡mire la hora! tendría que estar en el sauna, por su culpa me demoré, Fernández.
-Disculpe, no fue mi intención... ¿y... con la máquina?
-Se lo acabo de decir, tiene que hacer ejercicio, escuche: usted entra, baja la máquina delante de sus pies, salta el escritorio, se acuesta boca abajo sobre el escritorio, con la cabeza para adelante... ¿nunca se pesó la cabeza?
-¡Nunca , se lo juro!
-Bien, tenga cuidado porque se va a balancear, haga de cuenta que está nadando afuera del agua, manteniendo el equilibrio sube la Rémington.
Fernández tipéa las planillas con los datos del personal desde hace quince años, después que un virus dañara el sistema de las computadoras. La empresa por precaución los copia en C.D. y le pasa los informes a Fernández para que los tipée en una Rémington 62.
-¡Sí!, señor...
-¿Miró el techo?
-No ¿por?
-¿Qué alto tiene?
-Un metro sesenta y seis.
-Usted no, el techo.
-Y... tendrá...
-Mide exactamente dos metros setenta, ¿usted cuánto mide?
-Ya se lo dije, uno sesenta y seis.
-Espacio inútil, igual gasto innecesario, ¡ecuación perfecta!
-No entiendo...
-La tercera placa es su nuevo cielo raso, ¡ve como pienso en usted!, la coloca horizontal sobre las que acaba de poner, a un metro setenta del piso; yo no entro pero a usted Fernández, le sobran cuatros centímetros.
-¿Así?
-¡Perfecto! A ver a ver, no se siente... ¿qué le dije hace un rato?
-¿Ecuación perfecta...?
-Parecido, usted de las siete de la mañana a las cinco de la tarde está sentado ¿no?
-Sí.
Rusch, en un acto de caridad toma a Fernández de los hombros. Aunque en realidad lo que quiere tomar es aire fresco.
-Enderece esa espalda Fernández, se lo ve como a un loro, balanceándose ¿no le aprietan los zapatos?
-No.
-¡Cuánto calza?
-Cuarenta.
-Pie chico.
-Acorde a la estatura.
-Pero parece un loro con esos deditos agarrados de... ¡De ahÍ! y encorvado, derecho Fernández ¿Se da cuenta que derecho ocupa menos lugar?
-Así ¿le parece?
-Ahí va mejor ¿ve?
-Pero me duele la espalda.
-¡Una aspirina todas las mañanas! no se olvide que ya no somos pibes y si vuelve el dolor, otra con el almuerzo.
-No salgo a almorzar.
-Pero... algo debe comer, esa pancita no es de un embarazo.
-Como un sangüiche con una coca, acá en la oficina, para no perder tiempo.
-Bien, no perdamos tiempo en pavadas, sabe que me da la impresión de que se le cae la cabeza ¿está seguro que nunca se la pesó?
-¡No!.. ni se me pasó por la cabeza.
-Mejor así Fernández, mejor así, de lo contrario hubiese tenido que despedirlo, por insalubridad mental, reglas de la empresa: Artículo 2.579.- apartado W: “Todo empleado que se pese la cabeza quedará inmediatamente cesanteado”
Fernández se sostiene la cabeza con las manos. Rusch con el dorso de tres dedos se sacude un polvillo de Fibro Fácil que le cayó sobre la solapa del saco azul que, según su gusto, hace juego con el pantalón blanco. Y clava una mirada desmoralizadora en el traje que lo enfrenta; ese traje marrón gastado, cuello grasoso y coderas escocesas.
-¡Ve! De pie ocupa menos espacio.
-Pero el escritorio es petiso.
-¡En absoluto!, para qué tenemos el don de pensar, lo tumba de costado con las patas a su izquierda y tiene una base de cuarenta por sesenta.
-Con los cajones abajo, de canto...
-Abre los cajones de costado, le hará bien hacer algunas flexiones al día.
-Y... ¿las sillas?
Fernández subió una silla al escritorio y la otra hace equilibrio en su propia cabeza.
-¡Fernández! el mes que viene lo promuevo para un ascenso, usted es una máquina de pensar, si trabaja de pie las sillas están de más, ¿quiere mi pañuelo para secarse? aunque mejor no, está empapado de transpiración... disculpe.
-Yo tengo mojado hasta los calzoncillos.
-Sigamos que pierdo el turno del sauna. ¡Arriba ese ánimo Fernández!, piense que en una hora y media de colectivo estará despatarrado en la Pelopincho de su casa y yo en mi Jacuzzi... ¿Fernández?
-Si señor...
-Mañana se trae un serrucho y le corta esas patitas ridículas al escritorio, de costado están de más.
-No están de más, ahí cuelgo el saco y apoyo la resma.
La voz reseca de Fernández no sujetan las ganas de tomar agua fría y de llegar a su casa.
-Dos ganchos Fernández, pone dos clavitos en la pared de la derecha, inserta estos dos ganchos, ¡tome los ganchos!
-Gracias.
-Y cuelga lo que quiere al alcance de sus manos.
-No se me había ocurrido...
-¡¡¡Marchen tres tabiques más para la oficina del señor Fernández!!!


Hugo 06

lunes, 14 de junio de 2010

PEDIR LA MANO
Esa vieja costumbre.

En su mansión, Ernestino se deleita contemplando la colección peculiar en una sala privada, un domingo de primavera.
Desde la planta alta tengo mayor amplitud para mirar a nuestras niñas. Se dice. Sube y por una de las ventanas observa a las doncellas cruzando la plaza para ir a misa.
Engalanadas con su mejor atuendo, caminan despacio y sin pausas, miran el ladrillo partido del sendero rojizo, caminan casi conteniéndose de oler los primeros brotes primaverales, muy pocas van calzadas y todas con un silencio que llega a la ventana del primer piso. Las doncellas cubren su cabeza con una mantilla y llevan una manga más estirada.

Después de bañarse Ernestino recorta el bigote gris de canas. Se viste con uno de los mejores trajes que rocía con perfume.
-Señor, llegaron las flores.
-Pase Matilde, apóyelas ahí.
-¿Las pongo en agua?
-No Matilde gracias, siga con la comida.
-Como usted diga señor.
Ernestino toma el ramo de rosas rojas encargadas a la mejor florería de Caroya y sale decidido. Caroya es el pueblo más pequeño de Tilingrado.
A las tres cuadras toca el timbre, entre rejas negras y ladridos.
-Buenos días Don Carlos, ¿cómo está usted?
-Muy bien gracias a Dios Ernestino, ¿qué te trae por acá?
Don Carlos sabe de antemano la respuesta que no quiere escuchar.
-¡Mire Don Carlos! es algo bien personal y en absoluto mal intencionado.

Hace diecisiete años que la gente de Caroya, un pueblo que no llega a los trescientos habitantes, mira a Ernestino de reojo por su morbosa desfachatez.

-Por favor Don Carlos, entregue estas flores a Cristina de mi parte. Don Carlos toma el ramo de rosas. Usted sabe muy bien que desde que nació su hija, y justamente hoy se cumplen diecisiete años, deseo pedir la mano de Cristina.
-Ajá...
-Llegó el momento.
-Bien...
-Lo hago con todo respeto y deleite, usted conoce mi buena posición.
Don Carlos acepta sin el menor convencimiento, sabe que sea cuál fuera su respuesta, o la de Cristina, Ernestino logrará su voluntad a costa de cualquier artimaña legal, con la ley que pasa por su despacho oficial.

En su residencia Ernestino recibe las primeras heladas del otoño. Solo, como vivió los últimos cuarenta años, bebe un wisky y agrega leña al hogar.
-Acá tiene su té de canela señor.
-Gracias Matilde. La criada apoya el té junto al White Horse.
Ernestino, con el posillo en la mano, se asoma por una de las ventanas y observa a las hermosas doncellas. Jóvenes algunas, otras no tan lindas, y la mayoría ni tan jóvenes ni doncellas, cruzan la plaza para ir a misa, con la mantilla en la cabeza y una manga más larga, como escondiendo alguna vergüenza.
Ernestino bebe su té y gira la cabeza hacia el interior de la sala, se deleita contemplando la vitrina con sus trofeos. La sonrisa le traspasa el bigote cuando observa el sitio de privilegio, se espacio que fuera ocupado hace unos meses. Un lugar que permaneció diecisiete años esperando.

En el centro de la vitrina, rodeada de cientos de manos embalsamadas, se luce la mano de Cristina.

Hugo 06

jueves, 10 de junio de 2010


LA SOMBRA
De ida, mi sombra estaba a mi izquierda. Volviendo, la tengo a mi derecha.
No es de confiar mi sombra.

miércoles, 26 de mayo de 2010

ENTRE LA DUDA Y EL OLVIDO

Me debato entre la duda y la falta de memoria.
Lo que no recuerdo es qué comenzó primero, porque dudo entre que: la falta de memoria haya provocado las dudas, o si las dudas hacen olvidar.
El problema radica en que no estoy seguro de cuanta duda tengo, porque no recuerdo si tuve duda y la perdí, o si olvidé que dudaba, o de tanto dudar fui olvidando hasta quedar solamente con el olvido. Aunque no me parece que sea así, no tengo solo el olvido, también tengo la duda. O sea que tengo dos, ¡y yo creí tener nada!

miércoles, 19 de mayo de 2010

EL CUENTO MAS CORTO

Se le atribuye al escritor Montoroso el cuento mas corto, con solo siete (7) palabras:
"Cuando desperté el dinosaurio aún estaba allí", o sea que,
1-Introducción: "Cuando desperté..."
2-Desarrollo o nudo: "...el dinosaurio..."
3-Desenlace: "...aún estaba allí"
Estos serían los elementos básicos para decir que es un cuento. En base a este cuento, se me ocurrió lo siguiente:
"Maté al dinosaurio mientras dormías", con cinco (5) palabras:
1-Introducción : "Maté..."
2- Desarrollo o nudo: "...al dinosaurio..."
3- Desenlace: "...mientras dormías."



lunes, 17 de mayo de 2010

PRIMER MENSAJE DEL DESC AVEZADO


Un tipo
sin cabeza y avezado
no se mete en guerras
ni gobierna a nadie...
Se ocupa de esta página
Bienvenidos!

El Desc-avezado